viernes, 29 de octubre de 2010

La Ladrona de Libros

La ladrona de libros

Una película en nuestra cabeza, es lo que un libro nos regala, imágenes que ni el mejor de los directores puede igualar. El final siempre es lo que más pesa; no despegarse de las últimas páginas para conocer el final del camino que dibujan las palabras; citando una frase de éste libro que amé: “como odio y amo a las palabras”.
Himmelstrasse, un lugar en algún lado de Alemania es el escenario donde una par de personajes, Hans y Rosa Hubermann, Rudy Steiner, el judío Max, Liesel Meminger y la Muerte son los cómplices de una historia que la guerra acogió y las palabras de Markus Zusak dibujó.


Siempre que leo, trato de imaginar la vida de quien lo cuenta, ya sea el autor, el personaje principal de la obra o el narrador de la historia, pero me quedé sin palabras, con el solo hecho de saber que la narradora de ésta historia sea la misma muerte, pero respeto a ese ente encargado de acompañar a los muertos al inicio del camino de una nueva aventura.


La historia de una niña que queda huérfana a temprana edad y llega a vivir a una humilde casa, con un humilde matrimonio Rosa y Hans Hubermann y en medio de la Segunda Guerra Mundial. Llena de aventuras de una niña en esta época tan difícil, intentando formar parte de una sociedad que no comprende del todo pero que sabe que hay que quedarse dentro. Rudy, el gran amigo, cómplice de travesuras y de grandes aventuras. Liesel, la ladrona de libros, titulo que obtiene por su deseo de leer, de llenarse de esas ideas impresas en los libros, al grado de robarlos para poder llenarse de letras.


No es una historia de ficción, no es una novela romántica, es la narración de la vida de una niña, sus padres adoptivos y su mejor amigo. Entretenida en los momentos de aventura infantil y decisiones maduras, con un sabor amargo de humanidad perdida por los horrores de la Guerra, la persecución de los judíos y la imposición de cumplir con un deber nacional sin estar de acuerdo con los ideales de sus dirigentes.


Rosa Hubermann, mamá adoptiva de Liesel, una mujer grande como un ropero, de carácter fuerte y vulgar, pero en el fondo una mujer con sentimientos muy profundos y firme en sus ideales. En ocasiones se pasa de rudeza, pero siempre lo compensa con una pequeña disculpa discreta para que no pierda la imagen dura. Ama a su esposo, aprendió a amar a Liesel, ayuda fervientemente a los que lo necesitan y tiene ese temple para mantenerse firme ante los problemas.


Hans Hubermann, el esposo dedicado y padre amoroso, con una paciencia envidiable. La persona que más amó Liesel, siempre al pie del cañón, cumplido con sus deberes, una persona muy humana, amable con todas las personas y el mejor músico de acordeón. Hans siempre ayuda sin saber que lo van a recompensar, ganándose así el respeto de todos sus vecinos.


Rudy, el mejor amigo de Liesel y amante secreto. El niño hiperactivo - admirador de Jesse Owens; el atleta negro- y con ganas de disfrutar la vida al máximo, entregado en lo que hace, fiel a sus ideas y a sus amigos, un poco distraído y rebelde, pero sin malicia. Cómplice de Liesel en todas las aventuras.


Max, amigo de situación de Liesel, un judío con ganas de vivir en un mundo que parecía no quererlo hasta que se topó con Liesel, siendo ella sus ojos al exterior y él el camino a grandes sentimientos.


Liesel, que puedo decir, más allá de la ladrona de libros, una ladrona de corazones, de sentimientos, de vidas. Si he de describir a una niña como Liesel me perdería en la descripción de mi gran Amiga, cómplice y amor. Liesel es el ejemplo de una vida tomada al azar, la vida que todos vemos de fuera, pero que tiene ese fondo dramático, aventurero, y con grandes historias que valen la pena contar.


Y para terminar con los personajes, no se puede pasar por alto a la narradora, aquella que muchos tememos, otros adoran y unos más solo la aceptan y es la Muerte, ese ente que no sabemos si existe, hasta que estamos frente a ella. Una narración imposible de creer en la boca de quien suponemos no tiene sentimientos ni escrúpulos al arrebatarnos la oportunidad de seguir respirando.




No puedo negar que en momentos me sentí como la ladrona de libros, con esa impaciencia por meter palabras en mi mente, devorar ideas. Este libro no lo robé de forma literal, pero si la idea de comprarlo lo tome de quien por muchos años fue la inspiración de mis ideas y creo que si en algún momento deja su ventana abierta, me meteré para robarle más ideas, más libros y más películas.

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Publicado por: Amanda Subercaseaux

lunes, 25 de octubre de 2010

La Madre de los Inocentes Perdidos


Presentación.

Aquí publico una historia que se teje más o menos con los hilos del horror. Últimamente me he esentido atraída por este tópico y ¡qué más! me dieron ganas de escribir algo por el estilo. Felizmente digo que, si no es lo mejor -y lo más probable es que no lo sea-, es un modo de desafío y ánimo para superarme en el campo de la escritura. Comienzo con mi capítulo titulado «La llamada». Ah, sí, el poder de las invocaciones... ¿Será real?
¿Cuál es la fuerza, si es que la hay, de nuestras intenciones, de nuestros afanes? ¿Qué esperamos? ¿Qué logramos? ¿Coincidencia o efectividad?
Ok, ya me salgo del contexto, ¿No?
En fin, disfruten de la historia. =)!


La llamada.

La capilla del Museo de las astillas era deslumbrante. No miento; quienquiera que se posara por allí no podría evitar hacer un comentario referente a la luz, que parecía llenar todas las perspectivas. Y era esta, quizá, la razón por la que Dante se encuentra leyendo un libro de mitos.
Su intención era obtener el máximo de pistas sobre uno en especial: El mito de «La Madre De Los Inocentes Perdidos En Las Aguas». Era conciente de cuán obsesionado estaba con el asunto como también de las miradas que le vigilaban en su afán. Pero él demostraría con creces que no estaba equivocado. Comprobaría la mirada inocente de la madre. 
Entonces volvió a tener esa sensación de vacío que solía desatarse en momentos de incertidumbre, el color de sus ojos se tornó más violeta, casi negro. "Ojala no estuviera tan perdido...", pensó. Movió la cabeza lamentando por un momento que la capilla tuviera tanta luz. No pretendía exhibirse de esa manera, pero era una condición que debía aceptar.
Prosiguió entonces con su análisis: "El silencio de las ratas es como mi muerte, no entiendo cómo eres capaz de reprocharme el que las torture." Parece una... ¿Una figura literaria? ¿Una figura retórica, talvez? ¿Qué quieres decir en realidad, Anne?
De pronto, la mesilla tallada comenzó a moverse. Era el segundo temblor. El piso de mármol bailaba bajo sus botas, y la copa de sangre que bebía se tambaleó por unos instantes. "Conseguiré mi propósito, pensó mientras bebía, lo conseguiré, lo conseguiré. La gente no tiene por qué comprenderme. Yo tampoco le comprendo, terció." Su mano, de una tonalidad translúcida bajo pinceladas cenicientas, tembló ligeramente dejando entrever una actitud insegura. "Lo conseguiré, se había dicho, aunque eso implique que deba estar solo para siempre, sin ser comprendido por nadie en este mundo." Entre lágrimas azules pudo captar el largo cabello anaranjado de una sombra que le observaba. "Algún día ya no lo harán", tartamudeó para sí.


***

Dante. (Leyendo el libro. La protagonista es un ser atormentado por sus pensamientos; cuando se le presenta la ocasión de decidir termina huyendo. ¿A dónde? El lugar no es específico, pero Dante cree que ella se esconde en su propia mente.)

¿Qué es lo que no puedes encontrar?  ¿Qué es eso tan bello que está reteniéndote?

***

(En Las Aguas Malditas Del Sufrimiento. Nos situamos en una gran cueva, vertiginosa y triste. Ángulos rectos y agudos contrastan con la suavidad de una curva dando a pensar que quizá alguien estuvo entreteniéndose en tallar aquel juego de rocas grises y negras. Solo que era imposible, porque, dicho lugar, en realidad no existía.)

***
Anne. (Prófuga sumergida en las aguas. Comienza a lamentarse luego de ver tanto cadáver cuya razón de ser tiene que ver directamente con  ella. Es la muchacha de la historia. En la historia. Y, sin embargo, poco a poco emergiendo de ella.) 

Sombras azules y doradas aparcaron en mi memoria.
Lo había perdido todo, por la idea de encontrar algo que jamás...
Algo que... ¡Ah!
Lo he perdido.
Fui tan tonta, tan egocéntrica.
La eternidad se encargará de recordarme el dolor de las almas inocentes que perecieron por seguir mi estúpida causa. Cuánto lo lamento, cuánto quisiera cambiar su porvenir, cuánto quisiera hacer totalmente mía su condena...

***

Dante. (Buscando a la protagonista. Da vuelta página tras página. El sonido que esto produce es hermoso, sin más.)

¿Qué estás esperando? Las mentiras siempre serán mentiras; no trates de profundizarlo. Vas a enloquecer. Ven. No te pierdas, alma, no te entierres en una eternidad que no existe.

***

(La protagonista de la historia, Anne, escapa de su mundo irreal. Vuelve a su hogar en el mundo que de verdad prevalece. Por un existencial segundo logra olvidarse de todas las almas, extasiada por la presencia de la majestuosidad del cielo y las estrellas, ¡Ah! esas hermosas esferas a las que ella rendía culto.

Sonrió mientras su mirada se reencontraba con el castillo de sus sueños reales.)

(Dirigiéndose a su nuevo hogar. Es otoño.)

¿Olvidar? Ya está hecho. Las hojas que caen sobre la tierra húmeda, me deleitan otra vez, me encierran en días grises como este, donde no había dolor, o mejor dicho... cuando el dolor resultaba hermoso porque no era mío.

***

Dante. (Deja el libro aparte. Se marcha del museo aparentemente decidido. Los vientos susurran un solo nombre: Lenzeliettering. ¿Y qué es eso?
¿No era lo que siempre aparecía en sus sueños como una constante amenaza? ¿No era lo que le había salvado de caer en las manos de un casamiento arreglado, haciendo que la futura esposa al oírlo perdiera la cordura? Lenzeliettering. Quería gritar ese nombre, lo sentía hasta la médula, pero no deseaba más caos en su existencia. Con gestos dramáticos tomó un dragón de tonalidad tinta, que eran los más veloces, y se encaminó al Cementerio De Las Vidas Que Jamás Descansan En Paz. Ah, pero ese nombre, Lenzeliettering...
Sabía que era lo suficientemente tarde como para arrepentirse de seguir con su lectura. ¿Cuál era su opción? ¿Escapar? ¿Podía huir acaso de su propia mente, de su locura, de sus deseos que, por milagro de hechicería dudosa, cada vez se volvían más consistentes e influyentes? De modo que la respuesta era rotunda, cerrada  y un tanto meditabunda. La resolución finalmente radicaba que el escape, que él no deseaba de ninguna manera, no existía, y si lo hiciera, bueno, el no dispondría del mérito suficiente para atravesar aquellas puertas.
"En todo caso no había puertas", susurró para sí... ¡Maldición, no las había en realidad! Una palabra no podía morir... y sus daños serían  irreparables. Tampoco era que existiera remedio para el mal de una palabra. ¿O se estaba equivocando?
Como queriendo gritar cosas, se descargó con la protagonista que, aunque no tenía mucho que ver con su rabia, tampoco era "la madre de los inocentes" como se titulaba en su historia..., causa sustancial que le obsesionaba. Y, como ya dije, de la que no quería escapar.)

(Elevándose por los aires mientras se agarraba al dragón, palpando la suavidad de ensueño, húmeda y débil que traía consigo la neblina, las nubes marrón tornasol.) (Gritándole al viento.)

¿Cómo pudiste acabar con sus encantos? Oh, desgraciada, si antes te compadecía, ahora me das asco. Maldita chupa almas. Voy a encontrarte. Me voy a encargar de que vuelvas a ser conciente de cada crimen que has cometido. Olvidar estará prohibido para ti.

***

Anne. (Se pasea por su castillo. Ni un toque de luz se percibe en el lugar, pero ella lo conoce como si fuese parte de su fisionomía. Hace frío. Su cuerpo mojado, a causa de las aguas oscuras y pegajosas, se estremece. No muestra señales de asco, no obstante una expresión de crueldad se posa en su mirada al hablar.)

En este castillo estaré bien. Unas murallas tan altas como éstas no las ha conocido nadie. Y un clima tan negro y despiadado terminará asustando a todo el mundo. Eso me agrada. Estaré sola por siempre; vislumbrando completamente absorta cómo pasan antes mí las cuatro estaciones. Su danza poco a poco me dará fuerzas, ya lo creo, de tal manera podré escaparme de la realidad... para más tarde...
Salirme del tiempo.

***

Dante. (Paseándose por todo el cementerio, furioso, tras llegar y comprobar la muerte de todos los seres que conoció Anne.)
¿Por qué lo hiciste, mujer? Es brutal y egoísta. ¡Eres un monstruo!

***

Anne. (Deambulando por la estancia contenta tras comprobar que huele a eucalipto.)

Dulce música acariciando mis sentidos, mi locura... (Su mirada adopta más rencor y sarcasmo) ¿Quieres que baile?  Yo sé que ya nadie desea bailar conmigo. Ni siquiera tú; ciega, sorda y de una inmutable belleza. Supongo que mi única alternativa es esperar a que caiga la nieve..., exacto; esperar, inútilmente, a alguien cuya frialdad se asemeje a la mía. Luchar con ese ser y luego irme con su alma. Sí, ¡sería como hielo para mis heridas!
¿Que si me importa algo su vida? ¡Imagínate! Ni le conozco. ¿Cómo podría importarme?
Talvez no sea buena. ¡Oh! ¿seré malvada...?
Un momento. Creo que no he leído... ¿Qué tal si...?
¡Naturalmente!... si voy a pasar el resto de mis días en este lugar oscuro y cerrado, en esta prisión (qué hermoso: encerrada por mí) debería ocupar mi tiempo en algo.
Porque me he dicho más de mil veces que es mejor estar lejos, que es preciso, que mucho más tortuoso sería ver a los mortales con su estupidez... y su vitalidad. ¿Acaso no haría más daño en la vida misma? ¿No traería más muerte? ¡Les estoy haciendo un favor!
¿O no?

***

Dante. (De rodillas acariciando una lápida. Lágrimas azules bordean su pálido rostro.)

Ahora es personal.

***

Anne. (Mirando distraída un libro de artes.)

Ah, es que no puede ser más delicioso estar aquí. De algo valió la pena ser el monstruo que soy. Sin embargo, aún no logro sentirme plenamente bien. ¿Qué me falta? Un trozo de madera quizá termine con todo este repentino malestar. Maldita costumbre mía de estar siempre desconforme. Atroz sentimiento fruto de atrocidades. Ojala lo real fuera...

***

Dante. (Cuestionándose)

Ojala algo fuera verdaderamente cierto. Ojala no fuera conciente de cuanta mentira me invade. De que el amor que soy capaz de albergar no es más que una ilusión concisa. Que mis deseos son movidos por la nada. Su inutileza cada vez se vuelve más tangible. (Mira a suelo con expresión molesta. Lágrimas azules recorren el ambiente. El dragón, que esperando a su amo estaba, abandona el lugar con expresión ausente.) Miles de años buscándote, viejo. (Le sonríe a la tumba con un gesto casi tierno.) Miles de años, esperando para conocerte. Lo sé, lo sé... Prometí que no te guardaría rencor. Pero ahora...
Ahora...
Ahora estoy deseando que jamás hubieras existido.

***

Anne. (Lamiendo el estómago musgoso de una rata con aire ausente.)

¿Por qué te los comiste, Anne? Seguramente la alegría de tu existencia significa una gota dulce de vida. ¿No es cierto, mi querida ratita? (Ríe histéricamente. La rata lanza un chillido. Anne comienza a absorberle los ojos con la punta de su lengua.)
Ahora eres tan ciega como la música, amada.

***

El cadáver del viejo. (Un poco más arrugado y gris de lo que solía estar, al menos, así lo piensa Dante. Su aroma es una esencia concentrada de podredumbre. Le falta un iris en el ojo. Tiene sólo un pedazo de uña incrustado en la punta de su dedo, tan frágil que da la impresión de que hasta el más mínimo movimiento le hará polvo. Su piel sólo cubre un poco más de la mitad de su cuerpo. Y qué decir de su expresión, un poco menos que muerta.)

Tienes suerte de estar vivo, Dante. Aunque no por eso voy a perdonarte el que no me hayas visitado, si tuviera fuerzas para acabar contigo de nuevo, te juro que no me encontraría recostado en esta tumba en que has intruseado.

***

Dante. (Con aires de grandeza.)

Busco a quien te quitó la vida. No, no me digas que tú te mataste, eso es lo que se dice en el mundo real, pero sabes que no me lo trago. Quiero que me digas lo que viste tú.

***

El cadáver del viejo. (Burlándose)

¿Quieres la verdad?

***

Dante. (Consternado)

Limítate a contarme tu versión.

***

El cadáver del viejo.

Tienes más carácter, ahora estoy seguro de que has aprendido a mantener la compostura, antes eras un idiota ¿lo recuerdas? Hasta llorabas, te rendías y gritabas. Bien, ¡no te marches! Te contaré de la bruja -porque eso es- que me mató. Le llamaban Dafne, luego Anne, pero ella me confesó que su nombre verdadero era...

***

Dante.

Anne, ese era su nombre. Es una anciana como tú. Es tan negra y podrida por dentro como por fuera...

El cadáver del viejo.

¡Hey! Eso me ha ofendido. Además Anne no era así ¿De dónde has sacado semejante disparate?, puedo asegurarte que lucía tan joven como tú, y tenía el cuerpo de una hermosa doncella. Sin embargo era imposible de olvidar su mirada cruel, llena de odio, maldad y burla. Era un ser que aborrecía a todo lo que viviera.
(Mira a Dante de reojo, quien se encontraba evidentemente descontento.) Eso es todo lo que sé.
(Dante le mira incrédulo.)
Ah, no me digas que eres tan iluso como para creer que me daría la dirección de sus aposentos un segundo antes de quitarme la vida. Ni que me hubiera sido de importancia vital en esos momentos.

***

Anne. (En el cementerio. Una aparición fantasmal, llevada por el deseo de una búsqueda anónima.)

¿Quién querría hablar conmigo?
¿De qué?
¿Y para qué?

***

Dante. (Sintiendo un escalofrío potente en su espalda. La oscuridad cae sobre él y el cadáver comienza a dar espasmos y a botar sangre por la boca. Se escucha el gemido de un caballo. La luna espera paciente a los acontecimientos. No. Eso no es cierto. Lucha por viajar tan velozmente con la finalidad de otorgar algún amparo a las almas inocentes... sin conseguirlo alguna vez.)

¿Lo has sentido, viejo? Por favor, no me vengas con tus escenas de autocompasión que detesto ser cínico mostrándome amable. Agudiza el oído, vestigio de huesos, estoy seguro de que algo viene hacia nosotros.

***

Anne. (Respira profundo. Da un paso más otro. Se detiene.)

(Piensa) ¿Un humano? ¿Un cadáver? ¿Dos seres completamente muertos? ¿Qué querrán?

***

El cadáver del viejo. (Irritado.)

No quiero tu lastima, idiota. Son cosas que me pasan y que no puedo evitar... (El sonido de su voz se apaga.)

***

Dante. (Con mirada inquisitiva al viejo.)

¿Qué pasa?

***

Anne. (Toca el hombro de Dante, respira en su cuello. Su aliento es frío y repugnante.)

Es lo que me gustaría saber. Qué demonios está pasando aquí.


 Publicado por: Alexandrine Scratfitz